Weekend of August 31/September 1, 2013
In today’s Gospel, Jesus challenged the social structure of the Pharisees and taught his hosts and their guests some profound lessons in humility. Pharisees maintained deep social divisions between who they considered “holy” and “unholy,” rich and poor, honored and despised. They didn’t invite someone to a banquet or dinner who couldn’t reciprocate. And the lowly, the poor, the crippled, the lame and the blind had no capacity to reciprocate.
Good stewards realize that if they embrace a humility that allows them to be generous to those who cannot repay them, they give evidence of having the kind of heart that will enjoy the Lord’s intimate friendship. This week let’s reflect on our attitude towards those who cannot repay our generosity. What is the extent of our hospitality toward others? Are we generous with those who cannot repay us?
En el Evangelio de hoy, Jesús
desafía la estructura social de los fariseos y enseña a sus anfitriones y a sus
huéspedes algunas lecciones profundas en humildad. Los fariseos mantienen
arraigadas divisiones sociales entre quienes ellos consideraban “santo” y
“profano,” rico y pobre, honrado y despreciado. Ellos no invitaban a nadie a un
banquete o a una cena que no pudiera responder de manera recíproca. Y el modesto,
el pobre, el paralítico, el cojo y el ciego no tenían la capacidad para
corresponder.
Los buenos corresponsables son
conscientes de que si ellos abrazan la humildad que les permita ser generosos
con aquellos que no pueden corresponder, ellos dan evidencia de tener la bondad
de corazón que disfrutará la amistad íntima con el Señor. Esta semana
reflexionemos sobre nuestra actitud hacia quienes no pueden corresponder a
nuestra generosidad. ¿Cuál es el grado de nuestra hospitalidad hacia otros?
¿Somos generosos con aquellos que no pueden correspondernos?
Twenty-third Sunday in Ordinary
Time
Weekend of September 7/8, 2013At the conclusion of today’s gospel, we hear Jesus tell a “great crowd” that “…anyone of you who does not renounce all his possessions cannot be my disciple.” A few of Jesus’ immediate disciples, such as Peter, John and James, did just that: They responded to Jesus’ call, renouncing everything to follow him. How do modern disciples of Jesus respond when confronted with this apparently harsh command of Jesus? Surely the renunciation of possessions need not mean literally giving all one’s possessions away, does it? Questions we might ponder this week though: Do our possessions keep us from encountering Christ at Mass? Do they distract us from our parish family? Do our possessions interfere with our relationships? Do they make us insensitive to those less fortunate?
En la conclusión del Evangelio de
hoy, escuchamos a Jesús decir a una “gran multitud” que “…ninguno de ustedes
podrá ser mi discípulo si no renuncia a todas sus posesiones.” Unos cuantos de
los discípulos más cercanos a Jesús, como Pedro, Juan y Santiago, hicieron
esto: ellos respondieron al llamado de Jesús, renunciaron a todo para seguirlo.
¿Cómo responden los discípulos modernos a Jesús cuando son confrontados con
este mandato de Jesús aparentemente severo? Seguramente la renuncia de las
posesiones no necesariamente significa literalmente dejar todas las posesiones,
¿cierto? Las preguntas que podríamos considerar esta semana, sin embargo, son:
¿Nuestras posesiones nos detienen de encontrarnos con Cristo en la Misa? ¿Nos
distraen de nuestra familia parroquial? ¿Interfieren en nuestras relaciones?
¿Nos hacen insensibles a aquellos menos afortunados?
Twenty-fourth Sunday in Ordinary
Time
Weekend of September 14/15, 2013Among the primary themes in today’s gospel when we hear Jesus’ well-known parable of the Prodigal Son is forgiveness and the need to repent. But from a stewardship point of view, what is also interesting is one of the secondary themes: the failure to use responsibly the gifts that have been so generously bestowed. The youngest son who demanded his inheritance and left home broke no laws or religious commandments. His wrongdoing was that he wasted his inherited wealth, the abundant gifts given to him. His sin was in his extravagant living; squandering his gifts in pursuit of selfish pleasures. Good stewards acknowledge that everything they have comes from God, and they are required to cultivate these gifts responsibly. What are our God-given gifts? Do we use them responsibly? Do we exercise good stewardship over them?
Entre los temas principales en el
Evangelio de hoy cuando escuchamos la conocida parábola de Jesús del Hijo
Pródigo, están el perdón y la necesidad del arrepentimiento. Sin embargo, desde
el punto de vista de la corresponsabilidad lo que también es interesante es uno
de los temas secundarios: el fracaso en usar responsablemente los dones que tan
generosamente han sido otorgados. El hijo menor quien reclamó su herencia y
dejó el hogar, no rompió leyes o mandatos religiosos. Su error fue que malgastó
la riqueza heredada, los abundantes dones que le fueron dados. Su pecado fue
vivir de manera extravagante; derrochando sus dones para perseguir placeres
egoístas. Los buenos corresponsables saben que todo lo que tienen viene de
Dios, y que se requiere de ellos cultivar estos dones responsablemente. ¿Cuáles
son nuestros dones dados por Dios? ¿Los usamos responsablemente? ¿Ejercitamos
una corresponsabilidad apropiada sobre ellos?
Twenty-fifth Sunday in Ordinary
Time
Weekend of September 21/22, 2013In Jesus’ parable of the Unjust Steward, we encounter a financial manager who has wasted his master’s wealth and faces dismissal from his position. To overcome the crisis confronting him, the steward reduces some very considerable debts owed by poor neighbors to his master in order to help them out. Though the steward has sinned against God and his master by squandering what belongs to someone else, both the prudent way in which he goes about resolving the crisis coupled with relieving people who are in need can be seen as a way to better steward the gifts entrusted to us by God. Although good stewards today acknowledge that they may never use their God-given gifts in a way that completely conforms to the demands of the Gospel, a commitment to using their gifts with prudence and for the purpose of helping their neighbors wins God’s favor.
En la parábola de Jesús del
Administrador Injusto, nosotros encontramos un administrador financiero que ha
derrochado la riqueza de su patrón y enfrenta el despido de su puesto. Para
superar la crisis que le confronta, el administrador reduce algunas deudas muy
considerables que los vecinos pobres deben a su patrón, para ayudarles a saldar
la deuda. Aunque el administrador ha pecado contra Dios y contra su patrón
derrochando lo que pertenece a alguien más, la manera prudente en la que él va
resolviendo la crisis y al mismo tiempo aliviando a la gente en necesidad,
puede verse como una manera de administrar mejor los dones confiados a nosotros
por Dios. Aunque los buenos corresponsables de hoy reconocen que tal vez nunca
usen sus dones dados por Dios en una manera que se conforme completamente a las
demandas del Evangelio, el compromiso de usar sus dones con prudencia y con el
propósito de ayudar a sus vecinos conquista el favor de Dios.
Twenty-sixth Sunday in Ordinary
Time
Weekend of September 28/29, 2013In today’s gospel, Jesus offers a warning about living selfishly in his parable of the Rich Man and Lazarus. The Rich Man holds sumptuous feasts and dresses in fine clothes. But despite his affluence, he does nothing to relieve the painful hunger and debilitating condition of his neighbor Lazarus. He neglects to love his neighbor as he loves himself and is sent to hell for his lifestyle and desire for self-gratification. The Rich Man represents those who spend their money on their own personal pleasures with no regard for sharing their material possessions with the poor and needy in their own neighborhood. Good stewards realize the practical implications of not only loving God, but loving their neighbor as they would love themselves. Who are the less fortunate in our neighborhood? Do we share a portion of our own blessings with them?
En el Evangelio de hoy Jesús
presenta una advertencia acerca de vivir egoístamente en su parábola de Lázaro
y el Hombre Rico. El Hombre Rico realiza suntuosos banquetes y viste finas
ropas. Pero a pesar de su opulencia él no hace nada para aliviar la dolorosa
condición de hambre y debilidad de su vecino Lázaro. Él rechaza amar a su
vecino del mismo modo que se ama a sí mismo y es enviado al infierno por su
estilo de vida y su deseo de auto-satisfacción. El Hombre Rico representa a
aquellos que gastan su dinero en sus placeres personales sin preocuparse de
compartir sus posesiones materiales con el pobre y necesitado en su propio
vecindario. Los corresponsables piadosos son conscientes de las implicaciones
prácticas de amar, no�sólo a Dios, sino a
su prójimo, como se aman ellos mismos. ¿Quiénes son los menos afortunados en
nuestro vecindario? ¿Compartimos nosotros una porción de nuestras bendiciones
con ellos?
ICSC newsletter, September 2013
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